Papá se va a morir. Siento que tomé real conciencia de eso el día antes de su verdadera muerte, o sea el día de mi cumpleaños número dieciocho.
Mucho tiempo después pude asumir que ese hecho me allanó el camino que más tarde cambiaría mi vida para siempre.
Esa muerte, tan esperada al fin, fue liberación, fue también vida. Dejando ese sabor entre dulce y amargo que queda cuando algo concluye, cuando la agonía llega a su fin.
Cuatro años dando vueltas a la calesita, sabiendo que tarde o temprano habría de parar.
A veces me pregunto para qué tantas vueltas. Y quizás de eso se trate. De dar vueltas para llegar a ningún lado. Entonces lo mejor debe ser subirse al animal preferido y cabalgar. Subir y bajar, y girar y girar, mientras el viento nos revuelve el pelo. Reír mientras podamos. Extender la mano e intentar agarrar la sortija, esa que te deja dar una vuelta más. Solo una y nada más.
Pero una vez la mano se cierra y la sortija se escurre entre los dedos. La música se va apagando. La luces de colores se extinguen. Sólo queda un vago recuerdo, una figura que se diluye manejando el auto rojo, una ausencia borrosa cabalgando el caballito con unicornio rosa.
viernes, febrero 08, 2008
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2 comentarios:
que lindos tus textos, jo.
estoy sorprendido.
parece que todos tenemos un blog escondido.
quizás tenga algún sentido.
nos vemos en la arena.
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