jueves, septiembre 18, 2008

Entonces ya no tengo que cargar más con esta piedra, dijo Vittué y miró la hora en su reloj pulsera. El castillo de arroz se veía borroso por el espejo retrovisor. La autopista se fundía con las ruedas y el ruido del motor interrumpía el silencio del campo.

Sin embargo, Vittué no tiró la piedra. Quizás inconscientemente la guardó en el bolsillo izquierdo de su camisa a cuadros.

Te digo que es por eso, No, no puede ser, decía incrédulo Vittué a Abbi. Y entonces por qué. Casualidad, respondió sin mucha convicción, mientras miraba distraído la hora en su reloj pulsera. Quería irse, evitar la situación, el tema, cambiar de conversación. Sin embargo Abbi insistía. Tendrías que haberla tirado. La carretera llegaba a su fin. Enfrente de ellos se erigía magnánimo como siempre el castillo de arroz. Ni los fuertes vientos ni las lluvias catastróficas de los últimos años habían podido modificar su estructura. Entonces, el sonido del motor cesó.

Abbi, maravillada y ansiosa, es la primera en poner un pie sobre el pasto seco. Vittué acomoda algunas cosas, se arremanga la camisa, y finalmente baja del auto. Abbi avanza con paso firme sobre el sendero marcado por pasos humanos. Ella se da vuelta, le hace un gesto con la mano como diciéndole, Vení, no tengas miedo, estoy con vos. No. Vittué no tiene miedo, solo quiere contemplarla a la distancia con el pelo revuelto y el pantalón arrugado. Le divierte. Piensa en otra cosa. Patea una piedra. Y vuelve la misma sensación, la misma molestia en el pecho. Entonces, toca el bolsillo izquierdo de su camisa a cuadros. Ahí está, inmutable, dura, indestructible. Sabe, intuye algo. Abbi le grita unas palabras pero él no oye. Sube al auto, extiende las mangas de su camisa, prende el motor.
La imagen de Abbi se acerca a una velocidad indecible. Ella oyó el ruido del motor y no entiende, hace señas, empieza a caminar hacia el auto. El ruido es muy fuerte. Abbi grita, pero Vittué no oye más que un tic-tac, tic-tac, y aprieta más el acelerador. La imagen de Abbi se vuelve borrosa, como la del castillo de arroz. Piensa que quizás ella tenía razón, pero ya no puede, no puede volver a atrás ... Ya es tarde para tirar la piedra, ya es tarde, ya el castillo de arroz se derrumbó, ya Abbi no es más que un grano de arena en la playa desierta.

Vittué mira con atención su reloj pulsera, Es temprano, piensa, mientras mira el mar que rompe furioso entre las rocas.

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