Me siento amada y dejada. Ojalá. Más muerta que amada. En el espejo dos ojos tristes y una mueca indescifrable.
La lluvia subraya esta sensación tropical de agobio, de pesar inexplicable.
En cambio el mar me alivia. El romper de las olas me calma. Como si me sumiera en un estado de somnolencia, de anestesia.
Pero enseguida tres gotas me despiertan y me turban. Nunca me inquietó tanto la lluvia.
Ahora la veo desde la ventana de la habitación cayendo sobre las hojas de un árbol. La imagen es, por lo menos, bella. Bella e infinitamente triste. Cuanto más lejos de Buenos Aires estoy más pienso en mi papá. Y eso todavía me pone triste. No me sirve pensar que por lo menos tuve un papá. Quisiera poder contarle dónde estoy, que se preocupe por mí. Un clavo saca a otro clavo. Pero yo no voy a tener otro papá- sé que un amor va aliviar este dolor. Un amor sincero; un enamorado. Mientras, acá, donde sea, lo espero.
Me miro en el espejo. Un soplo de viento helado en la espalda. Busco. Un nombre. Cierro los ojos esperando que una mano toque mi hombro y en el espejo su sonrisa de marfil blanqueada por la frescura del amor. Y ahí estabas. Moreno y sincero como el primer día. Fiel, presa fácil de la risa.
Yo prefiero la mediocridad antes que la felicidad. Sí, soy de esa clase de gente que no sabe qué hacer con lo que le pasa y por eso lo esconde. Pero lo esconde tan mal que da risa. Y todo el mundo se compadece en secreto por ella que no puede revelar su mundo y sin embargo, al querer ocultarlo se ridiculiza más y lo hace más evidente. Así voy con mi mundo no revelado andando, añadiendo líneas a este diario que nunca nadie va a leer porque para eso sería necesario que deje una ranura por la cual entrara un poco de luz. No mucho. Solo un poco. Y sobre estas hojas sol absoluta oscuridad.
Ni siquiera esto soy yo. Soy una bolsa vacía. Una aglomeración de cosas inconexas, palmeras, botes, máscaras, cascabeles y chuchillos. Dispuestos en orden, eso sí. Una sucesión inconexa ordenada.
La música me abrió sus brazos y me abrazó fuerte. Ya no tengo miedo.
Guardar algo para mí. Un secreto, una mirada, una palabra que nunca digo. Algo que sea solo mío. Algo que sólo me haga reír a mí. Llorar un miedo que sólo yo conozca. Ocultarlo entre malezas y reírme sin culpa de quienes creen conocerme de pies a cabeza.
No con malicia, con ingenuidad. Esa que no tengo. Sólo para jugar un poco a ser algo distinto. Reinventarme. O morir.
Si dijeran de mí que estoy triste sería feliz. Pero entonces ya mi tristeza se esfumaría y ya no sería verdad. Entonces tendrían que decir: es triste.
Así, ya no cabría posibilidad de que esa felicidad (alegría?) empañe mi estado original de tristeza. Sólo sería un relámpago de alegría, una sonrisa fugaz en mi semblante oscuro, sereno y triste. Solo así me quiero y me espanto.
---***---
De repente tengo la sensación de ser un gato. Miro a mi gato y pienso: ¿y si es él el que me está mirando? Me aterra la posibilidad de ser un ente –gato- que mira un punto fijo buscando no se qué. Mira para ARRIBA Y NO se sabe qué mira. De repente salta y espero algo que nunca llega. ¿¿Esa seré yo??
jueves, febrero 01, 2007
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