martes, febrero 13, 2007

imán

Quisiera poder escribir sobre algo, cualquier cosa, un tema universal. El amor, la soledad, la infancia.
Enredar palabras que suenen sinceras. Revelar un pensamiento oculto en mí, hasta para mí.
Conservo la esperanza de no ser sólo esto. Digo esto que parezco, que digo ser, que dicen que soy. Cuido la ilusión de algún día descubrirme. Que alguien desentierre de la arena un corazón oculto. Me aterra la idea de conocerme por completo, de saber quién soy. No. Prefiero ocultarme incluso de mí y proteger la duda de ser realmente eso que quiero y no saber si en verdad lo soy.
Quiero ser misteriosa y no obstante sé que busco el amor como un colibrí el polen de las flores.
Me alimento de ese néctar dulce y perfumado de dos miradas que se cruzan en la multitud y se aman. Por dos segundos están solos. El mundo ensordece y los colores se espantan ante tanta belleza. El amor es bello. No las personas. Esa sensación de no poder desprender los cuerpos, de hartarse incluso, de querer huir y no saber cómo. El amor es la ausencia de uno y –claro- eso me aterra. La posibilidad de perder el control, de que descubran mi secreto que ni yo conozco me empequeñece y vuelvo a ser una nena de ocho años, independiente y desenvuelta.
Ahora soy poco. Pero todavía me quedan las huellas del último amor -y quizás el primero-. Y sino llegó al centro es porque no lo quise admitir.
Siento que vivo en una torre de piedra, sola, rodeada por un precipicio y después, el resto del mundo. Puedo alcanzar las manos de las personas que están del otro lado del precipicio. Puedo incluso abrazarlas y besarlas. Pero el abismo sigue ahí entre yo y el mundo, imperceptible a veces, abrumador otras. Es una sensación que me persigue hace no mucho. Me ayudó a comprender mi aislamiento parcial en algunos momentos. A aprender un poco de mí pasión por la soledad, de mi necesidad de ella.
Puedo escapar por un tiempo pero haciendo mucha fuerza como si tuviera que separar dos imanes.
Finalmente me rindo y vuelvo a su seguridad protectora. A la tranquilidad de no tener que sonreír.
Sin embargo no es una soledad silenciosa y sosegada. Generalmente me aterro de mí. De tener que pedirme permiso a mí misma para poder aceptar que me gusta estar sola y disfruto de eso.
Y sufro porque también amo con locura y desesperación.
Amé con la voracidad de un león muerto de hambre frente a una pedazo de carne fresca y sangrante.
Frente al amor, mis sentidos se agudizan y eso me da miedo. Todo me da miedo. Ver de nuevo tus ojos mirándome, preguntándome: “¿y ahora qué?”No sé, sólo dame otro beso y soy feliz.

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