No quiero que sepan para qué escribo, ni quién soy. No quiero que pregunten de dónde vengo. Ni qué quiero ser.
Soy lo que parezco y algo menos.
Soy ruda e inconsciente.
Torpe y obediente. Soy de mentira y soy prudente.
Hace unos días que no puedo evitar rimar. Me sale sin pensar, una palabra tras otra, me dicen te quiero, y, no, era a otra.
Y detrás, la tristeza infinita, como un viejo decorado que parece que cambia pero siempre es el mismo, como la pérdida de algo que nunca existió.
Como las luces de colores que se apagan después de carnaval. Y uno se queda solo, sentado en la vereda, esperando que el gurrumín -o la buena moza- que nos llenó de espuma nos empape de besos. Y tratamos de pensar que ya viene. Que está por venir. Que se está escapando de sus padres, y creemos que lo vemos, a lo lejos, acercándose. Sí, es él y está corriendo. Unos minutos y. No. Es el barrendero, que apura su paso, pa' terminar rápido su trabajo. Ya no quedan ni papelitos de colores. Y volvemos a casa. Con la cara pintada, con la ropa mojada, con la panza llena de gaseosa y de matambre. Pero con el corazón lleno hambre.
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