Días grises y monótonos, con horarios y rutina.
Comer todos los días a la misma hora aunque no tenga ganas. Peinarme siempre de la misma manera porque es más fácil que innovar. Usar la ropa del día anterior para no tener que elegir. Lo mínimo. Hacer lo mínimo.
Es la calma después de la tormenta.
El barco sin vela.
Las ropas desgarradas. El cuerpo doliendo por la sal. La sed que no se cura. Y los tiburones hambrientos alrededor. Que esperen, no pienso morirme todavía.
Sólo voy a entrar en un estado de latencia, de hibernación, de sueño. Disfrutar que las aguas mansas me lleven donde quieran. No quiero vislumbrar ningún puerto. Solo mar, agua, mar, agua, un poco de cielo tal vez.
Dormirme y despertar con el mismo paisaje ausente.
¡Que reine la melancolía nuevamente! ¡Que tome el toro por las astas la soledad y me de vuelta como una tortilla el desconcierto! Que me auyente las moscas la tristeza y me acurruque en su pecho el vacío. Y así balancéandome entre la desilución y el olvido, me cuenta cuentos la deshonra y me saca a bailar el destino.
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