Un desierto se derrama en tu piel de hojaldre. Nota mental: no olvidarse de la poseída. No, de la poseída no, tonta. La poesía. Ah. Sí sí. El bello enjambre de mieles que transfiguran la realidad volviéndola más sincera y esperanzadora. Sí, ese. Pobre de aquel que crea que la poesía es sólo sueño. Algo más. Brotan de ella imágenes que se empujan, se alborotan, se aprietan, se disuelven y al llegar a la superficie se mezclan como líquidos inciertos, dejando vetas imprecisas. Y una totalidad maravillosamente completa.
Y en tus llagas un desierto de melodías que ya no suenan de soñar tanto. Quién vive en este tiempo soy yo, y nada más que yo. Yo que me mezco al son de la aurora, del viento que recuerda tu risa, y también tu ausencia. No estás conmigo, lo sé. No en presencia. Es tu estado el que ronda en estas paredes. Tus espirales, los miedos que se te cayeron de los bolsillos. Y yo los recojo y hago un collar y me lo cuelgo en el cuello. Y voy a buscarte a donde estés, en cualquier parte. Y me olvido de tu nombre, de tu cara y sin embargo sé que te busco, sé que te encuentro en cada paso que doy. Porque estás en mis zapatos, en mi cuerpo, así de cursi. Porque pasaste por acá como un remolino de almendras, nueces y pasas de uva. Y me llevaste a cruzar la cordillera. Y me llevaste al mar. Y me dejé llevar. Y nos besamos en el silencio de nuestras soledades, en el abismo de la despedida. Y no lloré. Y no lloramos porque la felicidad era más fuerte.
Y no hay vino, ni miel, ni pisco que valgan más que ese instante en el que no sé que pasó. En el que me dejé perder. Y no dudé. Y gané. Ganamos.
Por las berenjenas del Yves, por los jabones de Priscila, por el Ron y el pisco, por las jaibas en el quisco, por el ascensor no-me-acuerdo-el-nombre, por la plaza Bismark, por el mercado en el que compramos un kilo de aceitunas negras, por el monumento al cactus, por los cosos de agua amarillos, por las runas, por “jodo”, por todo, por el paseo en lancha que no dimos, porque ser dos es lindo, por mirarte…por enamorarte….Gracias.
Y en el cielo el albatros sigue luchando contra el viento. No se rinde. Es terco. Y yo le sigo la corriente y espero que el viento cambie de rumbo y nos lleve, al albatros y a mí, a otros puertos...
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