miércoles, diciembre 14, 2005

Quiero gritar tu ausencia eterna. Escupir tu silencio vacío, sepulcral. Vomitar tu recuerdo pegajoso. Sacudirme la fealdad del misterio de la noche y mirar. Con los ojos aterrados un abismo que se abre oscuro, infinito, ardiente. Mis famélicos ojos aúllan el grito inocente de la niña que ya no soy, que nunca fui, ni seré. Que vive en una jaula de hierro pintada de verde.
Con otros pájaros también verdes que nunca alcanzarán la otra orilla. También escucho la bestia salvaje que agazapa sus garras ensangrentadas penetrantes, gélidas.
Llora como un bebé.
En la noche un llanto. Dulce, como una suave melodía, el cuerpo, las llagas, los orificios, explotan revientan, me calman. Los gritos de búho, el constante batir de alas de los murciélagos
El chillido de los ratones que roen el cuerpo de la niña de la jaula. Sus ojos me miran, me espantan desorbitados, viciados.
Ningún pájaro voló. El frío congeló sus alas. Mi cuerpo enmohecido se prepara para morir.
Las palabras son sierras. Los ríos de sangre van hacia el mar.

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