lunes, febrero 05, 2007

revelación de un mundo (I)

Ay Clarice! Mirame fría y distante. Debías ser caprichosa. No buena y sensible como parecés al escribir y hablar de tus criadas. Te imagino soberbia y mandona. Pero triste y sola. Y eso me hace quererla.
Y odiarla por no poder escribir más que las migajas de lo que leo. Sólo restos, gotas de agua de un mar inmenso sin olas.
Tan triste y tan llena de vida. Creí que podía ser una contradicción. O quizás la vida que pregona sea solo para los demás.
Para los otros la vida.
Para ella los otros.
Los fagocita, come sus miradas planas. ¿Inventar historias no es acaso burlarse de ellos? ¿Quién te dio permiso, Clarice, para escarbar en sus ojos o arañar sus corazones y escupirlos en tus hojas como letras apretadas y lluviosas?
Sos mala, Clarice.
Te adoro con hipócrita envidia.
Quiero ser mala yo también. Quiero ser odiada por todos. Menos alguien que logre atravesar la selva, que cruce ríos sin peces, pantanos de agua clara y llegue al centro de la fruta sin semilla para comer la pulpa con tanta dulzura que… Y mis lágrimas entonces valdrían sus manos llenas de azúcar, y mis labios limpiarán sus dedos, su frente y así quedará lleno de mí quién de mi se apiade.

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