Vuelve al ruido del teclado. La pantalla ilumina su cara de niña traviesa.
Parece que piensa pero solo quisiera amar.
Frunce el entrecejo como queriendo llegar a alguna conclusión.
No dice nada. Mira con ojos grandes su alrededor. Observa. Muchos confunden su timidez con soberbia. Allá ellos. Acá yo. Que la veo y no la confundo con nada. Que veo su miedo, su pudor, su dolor.
En esta esquina. Esquivando dardos certeros. Herida por sueños imprecisos. Que injusticia que no pueda ver más allá de su muro.
Si tan solo levantara la mirada, vería a este voyeur, a este negligente amante de las soledades ajenas, que muere cada vez que consigue lo que ama.
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